La Desertificación en el Estado español
En el Estado español, la desertificación se ha asociado principalmente con la erosión, especialmente con la producida en áreas sin cobertura arbórea o en climas áridos o semiáridos. Sin embargo, esta identificación no puede seguir sustentándose. De hecho, si aceptamos que la más grave consecuencia de la desertificación es la pérdida de suelo fértil, en España los principales causantes de esta pérdida son tres muy distintos a la erosión: la urbanización excesiva, el hipertrófico desarrollo de las infraestructuras de transporte (en especial de las carreteras) y el uso insostenible del agua.
La desertificación en España no se debe tanto como se piensa a los problemas de erosión en el medio natural. La mayoría de las tasas de erosión que se han estimado en estas zonas están sobredimensionadas por el uso de metodologías inapropiadas, que infravaloran el papel del matorral, incluido el de zonas áridas, o no tienen en cuenta procesos como la sedimentación. Este enfoque clásico, que asocia aridez con desertificación, ha reforzado la percepción errónea sobre muchos matorrales naturales (estepas, saladares, ecosistemas áridos, badlands naturales) como lugares degradados. Esta percepción ha dificultado aún más su conservación, por ejemplo haciéndolos receptores de polígonos industriales, vertidos y todo tipo de infraestructuras, o bien tratando de mejorarlos con repoblaciones arbóreas.
La desertificación no es erosión
No hay que olvidar que la erosión es un proceso que en unas ocasiones se produce de forma natural y en otras es uno más de los diversos impactos negativos provocados por las actividades humanas más diversas, desde las prácticas agrícolas inadecuadas a la construcción de pistas de esquí, los incendios forestales o la construcción de carreteras.
En el Estado español, los principales problemas de erosión del suelo se localizan en áreas agrícolas, por la utilización de prácticas inapropiadas, como la roturación de zonas marginales en áreas de piedemonte, sobre materiales sueltos y altas pendientes, donde las subvenciones europeas han promovido la expansión de cultivos como olivos y almendros en zonas totalmente inadecuadas.
Otra fuente de erosión se debe a la proliferación de grandes extensiones de invernaderos en las sierras costeras del Levante donde, junto a otros impactos como la ocupación de hábitats naturales, se producen activos procesos de erosión y grandes movimientos de tierra, similares a veces a los requeridos por las canteras. Pero estos problemas apenas han suscitado preocupación en las administraciones. Lo mismo cabe decir de los procesos activos de erosión desencadenados por muchas infraestructuras como carreteras, desdoblamientos, autovías o líneas de alta velocidad ferroviaria.
En realidad, los principales problemas de desertificación –entendida como pérdida de potencialidad y productividad de la tierra, y en particular como pérdida de suelo fértil– se deben a procesos diferentes a la erosión. Éstos son el uso insostenible del agua y la pérdida irreversible del suelo fértil por urbanización y por construcción de infraestructuras. A pesar de su enorme repercusión, como en seguida detallaremos, las administraciones no les prestan la atención que requieren. Así, por ejemplo, resulta llamativa y contradictoria la aparente preocupación por la posible erosión en zonas de baja calidad agrícola –como, p. ej. las áreas naturales con margas–, cuando los suelos realmente fértiles de los valles agrícolas están desapareciendo irreversiblemente y de forma acelerada con la fiebre de recalificaciones y autopistas.
Actividad urbanística
La urbanización y la construcción son las principales causas de destrucción y transformación irreversible del territorio, incluyendo las áreas de suelo fértil. Ya en 1992, el español era el Estado europeo más afectado por la pérdida irreversible de suelo fértil por urbanización . Además, España es el país donde estos suelos fértiles y de alto valor agrícola son más escasos y donde la tasa anual de pérdida por urbanización es mayor, lo que agrava aún más las consecuencias de esa pérdida irreversible.
Según el Observatorio de la Sostenibilidad de España, el 70% de del desarrollo de las nuevas zonas artificiales (zonas urbanas e infraestructuras) se ha realizado sobre zonas agrícolas y en menor medida forestales. Los tejidos urbanos suponen más de una tercera parte de la superficie artificial. Así se ha pasado de 581.116 hectáreas en 1987 a 661.300 en 2000 . Una cuestión importante a tener en cuenta es que los suelos residenciales de tejido discontinuo (estructura laxa y urbanizaciones) ocupan ya casi la misma superficie (320.418 ha) que el tradicional tejido urbano continuo (340.882 ha), como muestra la tabla 1.
El modelo de ciudad dispersa que se está fomentando requiere una mayor red de infraestructuras de transporte y supone un gran incremento en el consumo de agua, frente a la ciudad compacta, lo que incrementa los problemas de pérdida de suelo fértil como se verá más adelante. Además, este tipo de urbanización se asocia al modelo resort con instalaciones despilfarradoras de agua como los campos de golf.
Además, a esto hay que añadir los problemas derivados de la actividad minera necesaria para proporcionar materiales para la construcción (cemento, áridos, roca y piedra). En relación al consumo de cemento, en el periodo 1987-2004 se ha incrementado en un 140%. La producción de cemento está asociada a una intensa actividad minera que ocasiona la transformación irreversible de zonas naturales.
A pesar del aparente enfriamiento del sector inmobiliario, lo cierto es que los planes de crecimiento residencial siguen siendo tan desmedidos como frenéticos: Murcia, 500.000 nuevas viviendas en los próximos 30 años; Costa del Sol, 540.000; Galicia, 600.000 viviendas en 5-10 años; Castilla - La Mancha, 700.000 viviendas en 15-20 años; Asturias, 30.000 viviendas en la costa… Sólo en la Comunidad de Madrid se prevén, entre los terrenos reclasificados y los propuestos en los planeamientos en tramitación, hasta 1 millón de nuevas viviendas.
También hay que considerar los problemas relacionados con la pérdida de suelo ocasionados por proyectos turísticos específicos como las estaciones de esquí. En el Pirineo la construcción de nuevas estaciones de esquí y la ampliación de algunas existentes está provocando importantes procesos de erosión en alta montaña, lo que afecta, a además, a la cabecera de numerosos curso fluviales.
Infraestructuras de transporte
Las infraestructuras de transporte, sobre todo las lineales de alta capacidad como las autovías o las líneas de alta velocidad ferroviaria, ocasionan una gran e irreversible pérdida de suelo fértil.
Más de un 20% de todo el suelo que se ha convertido a artificial en España entre 1987-2000 lo ha sido por la construcción de autovías (tabla 1), que han sido responsables de un incremento en su ocupación de suelo del 149%. Esta dinámica constructiva se ha acelerado en el periodo 2000-2005 .
Aunque el proyecto Corine Land Cover sólo ha evaluado el suelo ocupado por las vías de alta capacidad (autovías y autopistas), este tipo de carreteras constituye sólo un pequeño porcentaje del total (13.156 km de alta capacidad frente a un total de 165.646 km de carreteras). Además de este viario, los Ayuntamientos (dato de 1998) tienen 489.698 km, de los cuales 361.517 km son interurbanos. La longitud completa de la red viaria interurbana es, por tanto, de 538.547 km . El cálculo del suelo ocupado y destruido por todos estos kilómetros de viales daría cifras estremecedoras.
Si tenemos en cuenta que el enorme crecimiento de la superficie artificial por carreteras de alta capacidad mencionado se ha producido entre 1987 (año en el que había unos 3.500 km de autovías y autopistas) y el año 2000 (cuando existían 10.443 km) podemos imaginar lo que va a suponer que a los 13.156 km existentes en 2005 se les sumen los 6.000 nuevos kilómetros de autovías que tiene previstos el PEIT, Plan Estratégico de Infraestructuras y Transporte, o los nuevos trazados que están desarrollando las diferentes CC AA, las cuales están cobrando un papel creciente en la construcción de vías de alta capacidad.
El PEIT, asimismo, plantea un gran incremento de kilómetros de otro gran devorador de suelos fértiles: el tren de alta velocidad. Se prevé construir 9.000 nuevos kilómetros de alta velocidad ferroviaria, que por sus características constructivas y de trazado suponen la ocupación de una amplia banda de terreno.
Conviene recordar que a menudo estas infraestructuras lineales se trazan aprovechando los mejores terrenos agrícolas (las vegas), por lo que su impacto en la pérdida de suelo fértil es aún más grave.
Urbanización y construcción de infraestructuras, en especial las carreteras, están estrechamente relacionados, potenciándose uno al otro, y suponiendo importantes impactos acumulativos. La construcción de nuevas carreteras permiten el aumento de la accesibilidad a determinadas zonas, lo que origina un incremento de la presión urbanística que a su vez presiona para la construcción de más viales. También, infraestructuras como los aeropuertos en los que operan compañías de bajo coste están suponiendo un importante incremento de turistas que están aumentando la demanda turística y los urbanizaciones asociadas.
Uso insostenible del agua
Una gestión inadecuada del agua puede ser un factor favorecedor de la desertificación, y de hecho así está ocurriendo en mayor o menor medida en una gran parte de nuestro Estado. El elevado consumo de agua, que en algunas regiones de España supera con creces los recursos renovables, está produciendo la sobreexplotación de acuíferos así como la drástica reducción de los caudales de los cursos de agua superficiales.
El consecuente descenso en los niveles freáticos da lugar a la desaparición de fuentes, manantiales, arroyos y zonas húmedas, lo que sin duda constituye una manifestación de primera magnitud de la desertificación, que recordemos es definida como la degradación o reducción irreversible de la productividad natural de un territorio. Claramente, la degradación o eliminación de los ecosistemas y paisajes ligados al agua constituyen una grave reducción de la productividad natural de estos sistemas.
Actividades forestales y agrarias
La política forestal española, orientada hacia la producción maderera a partir de la década de los 60, ha generado enormes problemas de erosión. Aterrazamientos en laderas, pistas forestales y enormes cortafuegos, así como el monocultivo de especies inadecuadas a nuestra orografía y clima, provocaron en pocos años la pérdida de millones de toneladas de suelo fértil. Recientemente, los errores más graves de esta nefasta política forestal han empezado a corregirse, reconociéndose la necesidad de conceder prioridad a la función protectora de los bosques y el respeto a la vegetación natural, aunque aún queda mucho por cambiar.
Por su parte, los incendios forestales constituyen un grave problema ambiental al contribuir a la degradación del medio natural, especialmente cuando su extensión o su recurrencia es muy elevada. En relación con la extensión total quemada, anualmente y de forma global la cantidad de incendios forestales y de superficie quemada en el Estado español rebasa la capacidad de regeneración natural, por lo que sus consecuencias a medio y largo plazo resultan muy preocupantes.
Las condiciones climáticas en buena parte del Estado, agravadas por los cada vez más evidentes efectos del cambio climático, hacen más frecuentes y dañinos los incendios forestales. Pese a ello, cerca del 95% de los mismos son producidos por el ser humano. En el Estado español, más de la mitad (53,7%) de los incendios forestales con causa y motivo conocidos se deben al uso del fuego para limpiar los montes de matorral y proporcionar pastos y brotes frescos al ganado, así como para eliminar los rastrojos y restos de podas de cultivos agrícolas. La secular permisividad y la falta de control sobre estas quemas han favorecido que se encuentren entre las principales causas de incendios todos los años.
En cuanto a la agricultura, la creciente mecanización y utilización de agroquímicos y la tendencia al monocultivo intensivo, en algunos casos en superficies con fuertes pendientes, han aumentado los problemas de pérdida de suelo. Se da el contrasentido, por ejemplo, de que cultivos arbóreos que deberían contribuir a la conservación de los suelos, como el olivar, ocupan hoy extensas superficies uniformes invadiendo incluso áreas de alto valor ecológico, mientras que sus suelos permanecen desnudos gran parte del año –por laboreo o por tratamientos con herbicidas– expuestos a las fuertes lluvias estacionales.
Por otra parte, los programas de concentración parcelaria siguen eliminando sistemáticamente setos, paredes y otros elementos del paisaje rural que contribuyen a frenar la erosión y a diversificar los ecosistemas. Además, se financia una construcción excesiva de pistas y caminos de anchura desproporcionada, que con frecuencia provocan grandes pérdidas de suelo.
Por otra parte, la aplicación de las propias medidas de lucha contra la erosión, en algunas regiones están propiciando el uso de herbicidas a gran escala, lo que puede contribuir a corto plazo al deterioro de los suelos, al dañar los equilibrios biológicos imprescindibles para su fertilidad.
Luchar contra la desertificación
Dicho con rotundidad, para contener los procesos que contribuyen a la desertificación en el Estado español son necesarias nuevas políticas urbanísticas, de transporte y agrarias. En definitiva, se debe reconvertir el modelo económico español, actualmente basado en la destrucción ambiental, en la que el peso fundamental de la construcción y del turismo de masas –ambos muy relacionados con la desertificación– son claves en nuestro desarrollo.
En concreto, es necesaria una Ley del Suelo que garantice realmente su conservación y dificulte su recalificación para suelo urbano en todos los casos en los que ello no sea estrictamente necesario para atender a las necesidades de crecimiento vegetativo de la población, y siempre siguiendo el modelo de mediterráneo de ciudad compacta y evitando las zonas más fértiles.
En cuanto al transporte, la mejor estrategia para luchar contra la desertificación, y en particular contra la pérdida de suelo fértil, pasa por abolir el PEIT y poner las bases para una movilidad sostenible. Además, no hay que olvidar la responsabilidad de las Administraciones autonómicas, que hoy por hoy mantienen unos criterios en el desarrollo de infraestructuras de transporte similares a los obsoletos e insostenibles que aplica el Ministerio de Fomento.
En lo referente al agua, se necesita una política basada en la gestión de la demanda y no en el aumento de la oferta, tratando el agua como el bien escaso que es y que debe conservarse al máximo. En todos aquellos acuíferos que se encuentren sobreexplotados, o bien la extracción de agua supere la recarga natural, deberá suspenderse cualquier tipo de extracción, salvo el consumo humano en primera residencia y siempre que no haya otra alternativa, hasta recuperar el equilibrio hídrico en el acuífero.
Al tener las fuentes, manantiales, cauces y zonas húmedas la consideración de dominio público hidráulico, de acuerdo con lo previsto en la Ley de Aguas, deberán adoptarse las medidas necesarias para evitar la reducción de los niveles hídricos existentes de manera natural, o para recuperar los mismos, reduciendo para ello la extracción y consumo de agua en otros puntos del sistema con los que esté interconectado.
Asimismo deben aplicarse medidas fiscales y de gestión de los costes y precios del agua, con el fin de penalizar el consumo excesivo, tanto en los usos agrarios como en los urbano-turísticos, contemplando la revisión e incluso reversión de las concesiones en aquellos casos en los que dicha situación perdure en el tiempo.
Desertificación en el mundo
Un problema de sobreexplotación de recursos potenciado por la globalización
La desertificación está íntimamente ligada a los procesos de globalización económica. La economía mundial ha generado una especialización de la producción en regiones, donde los países del Sur sobreexplotan sus recursos. Las producciones que se realizan en el Sur son disfrutadas en el Norte, generando una inmensa deuda ecológica del Norte hacia el Sur.
Esta deuda ecológica tiene una de sus expresiones en la pérdida de fertilidad de los suelos en la periferia. Por ejemplo, la explotación maderera para liberar tierras para otros usos (mayoritariamente ganaderos y agrícolas) o para su exportación, está íntimamente ligada a los procesos de pérdida de suelo fértil en las selvas templadas. Otra causa paradigmática de pérdida de fertilidad del suelo es la sobreexplotación agrícola y ganadera, una intensificación que al final conduce a la pérdida de fertilidad del suelo.
Pero el capitalismo predador en el que vivimos a escala internacional también impulsa una creciente movilidad motorizada y un enorme consumo energético, dos de las principales causas del cambio climático, el cual incide también en la desertificación a nivel global. Las predicciones sobre la evolución del clima apuntan a un aumento de los fenómenos meteorológicos extremos como sequías o lluvias torrenciales y una menor disponibilidad de agua dulce en muchas regiones del planeta, lo que agravará una gestión del agua ya insostenible en muchos territorios. Consecuencias: el agotamiento de acuíferos, la eliminación de caudales circulantes y la degradación de humedales.
Por último, el proceso de urbanización descrito para el Estado español también tiene su correlato a nivel mundial, con idénticas consecuencias nefastas para el suelo.
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